Imagina que alguien no tiene dinero para comer Y que, para matar el hambre, se dedica a ir por ahí oliendo los aromas del mercado y de los restaurantes de la ciudad. ¿Qué tiene eso de malo? Nada O al menos eso creía Hachid, hasta que un día el dueño de un restaurante lo detuvo y le exigió que pagase por haber estado oliendo sus platos. La situación era tan confusa que el único capaz de mediar entre las partes para resolver el conflicto sería el gran califa. Pero ¿lo conseguirá?