Enfrente de casa hay un morro a cuya cima se llega por una cuesta suave, pero que, del otro lado, baja abruptamente sobre la planicie que se extiende hasta el mar. Es el Pico de la Tejada, que de pico sólo tiene el nombre, tal vez resto de épocas más altivas. En tiempos pasados hubo allí un caserío, unas pocas viviendas toscas rodeadas de cactus, con sus dulcísimos higos chumbos, algún molino de viento, una tierra pedregosa, descolorida, como huesos viejos que el sol tarde en deshacer.