Este libro busca un sentido a la trascendencia. Hasta ahora Levinas había sido autor de libros de filosofía, también era autor de libros sobre el judaísmo y de estudios talmúdicos; no se trató nunca por cierto de ámbitos sin ninguna relación mutua, pero el autor intentó mantener una cierta diferenciación de campos. En la presente obra, en cambio, la voz del profeta se pne al lado de la del filósofo. Esto se hace una vez que se ha logrado -así se cree al menos- romper el ser y su lenguaje para salir fuera de su estructura. Es ahora -no antes- cuando aún tímidamente Levinas denomina Dios al Infinito, cuando Dios, que rompe todo nuestro lenguaje, puede ser invocado sin caer en las redes predicativas de la ontología. El apresuramiento habitual, contra el que Levinas invoca la paciencia sin límite, convirtió a Dios en un ente, lo contaminó en la inmanencia de la ontología y, de este modo, lo transformó en un ídolo a medida del hombre en las diversas ontología discursivas. El proceder de Levinas es más largo, exige el largo desierto ateo de una superación de todas las teologías hasta que la voz del profetismo pueda ser oída en su pureza incontaminada. Tal profetismo no es tanto una revelación de Dios cuanto al hombre, de su subjetividad creatural herida y su sufriente por el otro que se me impne en una responsabilidad que no admite escapatoria.