Una noche de 1951 el Flaco Bentley, recluta de la 187 Aerotransportada de Estados Unidos, desciende en paracaídas sobre el campo de batalla, a ocho mil millas de su país. En la guerra encuentra muerte y horror, sí, pero también a un ángel colombiano, a un oficial-artista que dibuja tanques con su máquina de escribir, a los traficantes de morfina y sexo. Y comprende que siempre coexisten dos guerras: la que se libra en las trincheras, a ras de suelo, y otra más elevada, resultado de la alucinación, de la embriaguez; de la maldición que nos obliga a preguntarnos qué queremos y quiénes somos. Un suplicio añadido, porque resulta que siempre queremos lo que no tendremos y somos lo que ni siquiera habíamos sospechado.