Una narración directa y sin barroquismos repasa aspectos de la adolescencia de los protagonistas de esta novela: las fiestas, la música, los amores imposibles, la amistad y su reverso. Y El nudo se convierte en homenaje a esa alianza rota entre la existencia y el sentido, entre el pasado ilusorio y el presente que debe ser aceptado como única base real de la vida cotidiana.
Rodrigo Soto, uno de los más prestigiosos escritores de la literatura centroamericana, logra, por un lado, darnos una imagen total del mundo; por otro, involucrarnos en la vida íntima de cinco personajes cuyos hitos y fracasos están magistralmente hilvanados en un, por supuesto, nudo. O trama.
Una novela, pues, sobre la construcción de lo real, clave de lectura que se nos revela desde la primera frase y no nos abandona hasta el final: «Aquí sucede solo lo que yo escribo, pero sin tu ayuda nunca llegaremos al final. Nada sucedería».
«También podríamos empezar por el viaje a playa Panamá, veinte años atrás, y remontándonos hasta la casa de Luis en la parte alta del Barrio Don Bosco, a la altura de calle veintidós, encontrarlo cuando termina de empacar en su mochila las cosas que llevará al paseo. Luis es ese muchacho bajito y moreno, de cabeza sorprendentemente grande para el tamaño de su cuerpo, pelo ondulado y ojos negros enmarcados por largas pestañas que fascinan a las muchachas no a todas, y dan a su mirada un aire soñador, que ahora se dirige a la cocina para despedirse de su madre. Con despreocupación recibe el beso y la bendición de la mujer, y oculta el vago malestar que le producen los desvelos de su madre por él. Responde con paciencia a sus preguntas con quiénes va y qué día regresa y otras cosas por el estilo, y le promete que llamará por teléfono apenas pueda.»